Aunque actualmente todo el mundo hable de albariños, verdejos, tempranillos y garnachas, el conocimiento de las variedades de uva no siempre tuvo una relevancia como la que ha adquirido en tiempos recientes. En los países con larga tradición vinícola, no hay que remontarse más que cuatro décadas atrás para situarse en un contexto en el que el nombre de las uvas era un asunto técnico que solo preocupaba al viticultor. La etiqueta del vino ni siquiera indicaba la composición varietal del vino porque aquello tampoco contribuía a incrementar las ventas. Además, se presuponía que, si el vino procedía de Borgoña, estaría elaborado con pinot noir o chardonnay –dependiendo de su tipología– o mayoritariamente con tempranillo, en el caso de los vinos Rioja. Y así con el resto de las regiones productoras identificadas con sus variedades autóctonas.
Esta realidad, sin embargo, cambió cuando los países del llamado Nuevo Mundo vinícola –Estados Unidos, Chile, Argentina, Sudáfrica, Australia, etc.– apostaron por identificar sus vinos con la variedad de uva en primer término, revolucionando las técnicas del marketing en el sector. Porque esta nueva forma de presentar el vino, que equipara la variedad con una marca, sintoniza mucho mejor con los anhelos de los consumidores de nuevos mercados, que perciben en las características organolépticas varietales algo más concreto que los rasgos de una región o el enigmático terroir.
De las 10.000 variedades de uva que se cultivan en el mundo, 33 monopolizan el 50% del viñedo.
Las 1.368 variedades de uva de Jancis Robinson
Ahora bien, el mosaico varietal que ofrece el ancho viñedo global es mucho más amplio de lo que se cree. Según afirma la experta británica Jancis Robinson en su libro Wine Grapes –escrito en colaboración con la Master of Wine Julia Harding y el genetista José Villamouz– pueden estimarse en 10.000 las variedades de uva que crecen en este planeta. Aunque en su obra, publicada en 2012, la conocida escritora reseña 1.368: aquellas que dan lugar a algún tipo de vino, elaborado y comercializado en cualquier lugar del mundo.
El libro de Robinson es oportuno porque basa su información en datos empíricos: contabiliza variedades a partir de vinos que se pueden adquirir y degustar. Todo lo contrario, sucede con las estadísticas, que presentan datos que desbordan la imaginación y –en algún caso– resultan paradójicos con la realidad del sector vinícola.
Eso es al menos lo que se desprende del informe Focus OIV 2017, el último que hizo público la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) con el objeto de conocer la distribución de las variedades de uva en el viñedo global.
Aunque el número total de variedades que se cultivan en el planeta pueda impresionar, hay que puntualizar que la cifra incluye también uvas de mesa y uvas pasa. Y que el papel protagónico se reserva a unas pocas variedades: de las 10.000 registradas, 13 monopolizan un tercio de la superficie absoluta del viñedo, mientras que 33 ocupan el 50% del total.