Aunque España ha sido tradicionalmente un país con mayor querencia hacia los vinos tintos –tanto en términos de producción como en consumo– no son pocos los aficionados que, cuando la canícula hace acto de presencia, los termómetros se disparan, arrecia la sed y las botellas se vacían en un pis pas, se vuelcan sin dudarlo al disfrute de la amplia diversidad de vinos blancos que ofrecen los variopintos terruños de este país. Eso sí: sin transigir a la calidad. Porque no hay verano lo suficientemente agobiante ni inclemencia climática alguna capaz de hacernos bajar la guardia en una decisión tan fundamental como seleccionar con buen tino el vino que nos reconfortará la velada al final del día (o a mitad de la jornada, que también).
Los matices del vino blanco seco
En cualquier caso, el quid de la cuestión es: ¿qué blanco elegir en estos días en los que el calor aprieta? Son muchos los que se inclinan por los vinos afrutados, ya se sabe, aquellos de expresión jovial y fragante que seducen con aromas de fruta fresca y paladar directo y sencillo, un punto dulzón y ligeramente ácido.
Aunque aquí nos ocuparemos de los vinos blancos secos, una variante que quizás actualmente no tenga el mismo tirón comercial que la anterior pero que puede resultar mucho más fascinante para quien se aventure en descubrir la riqueza de matices y multiplicidad de alternativas, considerando los distintos orígenes, variedades, terruños, técnicas de vinificación, crianza, etc.
Claro que en el amplísimo espectro de los vinos blancos secos quizás no todos pueden considerarse adecuados para disfrutar durante los meses de verano. Porque también hay blancos perfectamente invernales, de chimenea y bufanda. Un Montrachet de crianza longeva, chardonnay de libro, de aquellos que son pura untuosidad y recuerdan a mantequilla y brioche. Aunque, al fin y al cabo, todo es cuestión de gustos. Porque habrá quien se encapriche con echarse al cuerpo un vino así en la cubierta del yate, para luego darse un chapuzón frente a Mikonos. Que el dios Baco le perdone.
En contraposición con los blancos aromáticos, los vinos blancos secos son aquellos con escasa presencia de azúcares, en los que predominan los matices aromáticos minerales, florales, lácticos y amielados.
